Daniel Paz se dedica a la conservación y restauración de objetos de arte. Para ello hizo estudios en Venezuela e Italia.
Pero muy joven, antes de decidirse por el arte del mantenimiento y preservación de la obra artística, se incluyó en los grupos sociales que desde el pequeño y modesto poblado de el Moján realizaban actividades artísticas y culturales animados en reconocerse así mismos para dialogar con el mundo. Huyendo de algún modo de la avalancha enajenante y adormecedora de la industria cultural de masa: eran parte de los que advirtieron en si mismos una llamarada contraria que aún debía buscar formas. El hegemonismo, subordinando las matrices de relaciones internas o identitarias, y de las poblaciones en cualquier lugar del orbe, tiró en los desperdicios del sistema esta autoestima, pero muchos de estos espíritus artísticos identificaron esta amenaza a la verdadera libertad humana.
En los años setenta y principio de los ochenta, en la facultad de ingeniería de la universidad del Zulia, se sabía que Daniel, se destacaba en los dibujos y composiciones de las carteleras, o para ilustrar determinadas áreas, del auditorio y otras. Cuando en la década de los ochenta animado por compañeros de estudio de ingeniería como Gustavo Pérez y Ernesto Ordóñez, se decide ingresar en la facultad de bellas artes de la universidad Cecilio Acosta en Maracaibo, encuentra mayor ubicación en su camino vocacional.
En el Moján a orillas del lago de Maracaibo, (el mayor centro de sur América y el más rico reservorio petrolero del siglo xx en el mundo occidental), al norte del estado Zulia y en la vía hacia la norteña península de la guajira venezolana, tuvo orientaciones plásticas y una curiosa ventana a la cultura. Como la del escultor José Fajardo, de amplia experiencia en Venezuela y Europa, con su particular mezcla de criollismo y cosmopolitismo. De ingeniería, asumió lo constructivo, el gusto por los materiales, su manejo y la curiosidad por su construcción físico químico.
Sorteando los obstáculos económicos fue encontrando en diversos ámbitos técnicos y haciendo a la vez obra plástica, docencia, restauración. Vista en forma de totalidad iba derivando en él lo multidisciplinario. A pesar de esto, sus estudios y desarrollo en la restauración y conservación lo colocan en el oficio de tener que remitirse a la pieza única y hurgar las técnicas académicas tradicionales.
En la actual época debe observarse el trabajo multidisciplinario de los autores plásticos con interés. Es sumamente difícil la ubicuidad profesional del autor hoy y su propio sostenimiento, si no es subyugado o absorbido en el ámbito alienado de la tecnocracia y el neoconservadurismo corporativista, de tendencia elitesca y neofascista y en cuya esteticidad se disfraza a veces una falsa filantropía artística.
Pero en orden inverso a la virtualidad, el trabajo de Daniel Paz apela a la materialidad, a la utilización de solventes aglutinantes, resinas, a la búsqueda de insumos que permitan al artista, en una realidad de escasos recursos económicos, producir y hallar en algunas características de esos solventes, pigmentos, soportes, breas, un diálogo con su sentido y esfuerzo por significar y evidenciar metáforas, significaciones ulteriores, mas allá del ritual por los materiales y la novedad. Estos contenidos, en definitiva parecen haberlos hallado en este milenio.
Conocimos el contenido de algunas muestras suyas producidas en Italia y de la serie estertores. Allí había plasticismo con mayor o menor logro hasta desarrollar una eficiencia de texturas, claroscuros y cromatismos y finalmente lograban una intención de figuras fantasmales que brotan del juego plástico con intención por decir algo sobre la debacle humana. Antes de ello, había producido las escenas “estertores”, de refinerías petroleras agotadas, como herrumbes industriales fantasmales dejadas por la era de la industrialización, y esto estaba resuelto en sombríos escenarios casi monocromáticos.
Luego, me correspondió, en diciembre de 2000, motivar algunas actividades de taller y lectura reflexiva a un reducido grupo de variable experiencia con quienes laboraba en el museo de arte contemporáneo del Zulia, como el propio Daniel Paz y Ángel González.
Probablemente, el hecho de una curaduría sobre arte y el petróleo, que yo organizaba entonces, lo indujo a tener mas presente el uso del asfalto, animado también en una filosofía de economía de medios, y en su continua investigación de materiales nobles y exploraciones físico-químicas.
Allí aparece el génesis de las obras que desarrolla hasta hoy a fines del 2003, a partir de una manipulación del material, en la tradición de una atmósfera de “manera negra” como la del grabado, en su propia exploración de la cultura plástica italiana, en la animación de esa atmósfera un tanto melancólica que bulle en quienes indagan sobre la memoria herida de la historia negada. En los años ochenta Daniel y yo, en grupos diferentes, asistimos a diversas materias con el artista plástico chileno Hugo Jorquera, quien luego de huir de la barbarie de Pinochet y sus esbirros, dejó en Maracaibo un importante aporte en relación al ejercicio académico y a la necesidad de incrementar los niveles de compresión y conciencia social, política, científica, cultural del autor.
Gustaba Jorquera de ejercitar plásticamente sobre el soporte y luego recuperar y reconocer figuras nacidas de las manchas y fortuitas formas, para finalmente armar aquel obtuso caos, la atmósfera del drama humano y de la historia que lo perseguía en el dolor de su propio chile desangrado.
Al regresar a chile en los noventa le fue conferido el premio nacional de artes plásticas, en cuya cosecha también sembró un buen talante en los jóvenes autores del Zulia, de Venezuela. Y Daniel no oculta ese influjo, que cuando las contradicciones lo han envuelto, se apela siempre a ese sustrato de conciencia que relaciona la identidad y la diferencia, autoestima por su procedencia, dolor frente a la propia debilidad y a las formas postmodernas del oprobio imperialista que sigue vigente en diversas formas aunque a algunos cobardes de la pluma les guste negar o escabullir la total vigencia de este término.
De los primeros bocetos de aquel taller que compartiéramos desde diciembre del 2000, consigue Daniel Paz la invitación para ilustrar con esas obras un poemario sobre el aborigen heroico Nigale, que desarrollara Idelfonso Finol, y suscribió así un puente con una parte de su propio antecedente genético, que es de origen Añú, Paraujana, los pobladores palafíticos de esa cercanías de el Moján que enfrentaron el coloniaje español y welzer (alemanes y otros), y de cuyas orillas de mangle, palmeras, sol y brisa en un poblado suyo surgió el nombre de Venecihuela, finalmente fue aplicado a este territorio designado desde entonces Venezuela.
En esta atmósfera de afirmación y sin fanatismos cerrados han aparecido de la mancha asfáltica que plenan sus soportes pictóricos. Las obras “Bautismo”, “La llegada”, “Seducción de Cachirí, “divinidades”, “Mártires”, “Súplica”, “Comendador" “Encomendero”, “Ayacucho”, “Boyacá”, “Junín”, “El paso de los Andes”, “Toas desde el Caño”, en claro género épico, o del retrato imaginario, o del paisaje real o de ficción, donde lo vaporoso, lo huidizo, indefinidos como la memoria, luchan contra el olvido.
La engañosa memoria oral sin embargo se ha preservado precariamente en esa dureza e inequidad que traga el polvo histórico de la Península Guajira y el golfo de Venecihuela o el lago de Marecaye o de Maracyibo.
Estos claroscuros de petróleo en que Daniel paz ha ido reconstruyendo la invasión violenta vienen, como el dolor de tantos, como el petróleo de la profundidad de la tierra y de la historia para sortear los cuentos de hadas en que han distorsionado el horror y la masacre coloniales transformadas por la retórica entreguista en motivos de aniversario. Todos los recursos del lenguaje se han utilizado para excomulgar la barbarie: sistemas de metáforas perversas como el transporte de significados, de cambios de sentido para el simulacro y la farsa y hacer de las culpas un divertimiento. Pero si la representación nunca agota su referencia poco hay que dudar de la presente plástica, la alegoría, la ceguez, se develan estos tenebrismos plásticos. Si en el barroco el tenebrismo plástico daba forma a la humareda cegante que existía en la crisis de los grandes sistemas de vadilación ideológicos cuestionados, en este trabajo puede plantearse que del tenebrismo se despejan acá penumbras para una versión oculta que está vigente hoy.
Mi versión es clara: la penumbra de la historia ocultada desde el poder para validar la actual tiniebla histórica, mediática e ideológica de las élites, se conectó en esa plásticas con los sfumatos que dan su origen técnico en esa propuesta en sentido inverso. Para que no se difumine tal memoria, para que no se desvanezca este vinculo, para que no se disipe esta red bioquímica y biocultural que crea la dinámica de la identidad, para que no se esfume la historia y para que se dé vida a nuestra entidad e identidad, por muy mezclada que sea, por muy procesal que se entienda. Narrar el sortilegio, interpretar desde esas metáforas que trasladan los significados de la historia y desde la confusión de esos sfumatos manieristas y barrocos que tanto viera Daniel en sus años en Florencia y que ahora devuelve a la diacronía de los métodos históricos, intentando una vigencia para el intelecto artístico comprometido, muy lejos de envanecerse de su sobremesa de Da Vinci vistos en un café merecido de esquina itálica, de Venecia.
Evaristo Pérez Suárez
Asociación internacional de críticos de arte. 1998
N° 62 capítulo Venezuela.
Extracto seleccionado del texto completo
“el autor Daniel Paz restaura su propia memoria”
10 de mayo de 2005